lunes, 30 de abril de 2012

Los espaciales años 20...

Jacob volvió a dejar la jarra sobre la mesa con una mueca de clara irritación. Se hallaba en su taberna clandestina favorita, bebiendo su destilado artesano favorito - ¿whisky? no podría afirmarlo - y había tenido un jodido día de perros. Aquella pareja de tortolitos iracundos y ruidosos no estaba mejorando su humor. 

El ruido, el ruido había formado parte de su vida desde aquella maldita mañana en que había pasado a formar parte de la "invencible" Marina Real Británica. Heligoland en el 14, Banco Dogger en el 15, Jutlandia en el 16. El estruendo de los cañones, la sinfonía de los hombres agonizando y el lamento del metal al retorcerse constituían la banda sonora de su existencia. Todo para nada. 

En el 17 se firmó aquella jodida paz, mientras los unos y los otros colocaban ojíbas nucleares en las sienes de sus enemigos y amenazaban con destruir todo atisbo de vida sobre la faz de la tierra. Los láseres se enfundaron, los cañones dejaron de humear y las ametralladoras cesaron su inconfundible son.

Pero la guerra nunca cesa, solo cambian los soldados y el campo de batalla. Apenas pasados cuatro años desde el armisticio, y con las principales ciudades todavía en reconstrucción, las hostilidades se habían trasladado al espacio. La lucha por los inexplorados territorios siderales había llevado a los aliados y al entente a iniciar una guerra encubierta,  valiéndose de mercenarios, soldados de fortuna y otros desechos de la sociedad  que actuaban bajo la batuta de sus patrocinadores. 

Y allí estaba el, cómo por arte de magia, comandando un cohete corsario, financiado por el gobierno británico, y atacando las lineas de suministro alemanas. Maravilloso. 

Otro grito. ¿Es que un humilde veterano no podía disfrutar de un trago en la oscuridad de una mugrienta taberna? Había sido un día duro. Dos hombres muertos, consumidos por la explosión de una de las turbinas que movían su nave y graves desperfectos en la misma. Los boches le habían dado duro y su paciencia estaba tocando límites insospechados. Para colmo, se había visto obligado a atracar en aquella estación americana, donde la maldita ley seca imperante le obligaba a frecuentar tabernuchas oscuras y desoladas, so pena de meterse en problemas que no podía permitirse en ese momento. 

Un golpe. ¿Aquel jodido maromo le había puesto la mano encima a la señorita? Aquello era demasiado. Con un gesto rutinario quitó el seguro de su pistola láser y, metiéndose la camisa por dentro de los pantalones, se dirigió hacia la mesa que ocupaba la pareja. Las armas estaban prohibidas a bordo de la estación, lo sabía, pero a lo largo de los años se había granjeado más enemigos que amigos y la pena por traición no era peor que el frío asesinato. 

Al llegar a su altura, Jacob saludó con un gesto a la sollozante joven que se agarraba una enrojecida mejilla al tiempo que se volvía hacia el hombre. Él, rudo y corpulento, levantó la mirada mientras abría la boca con  intención de proferir alguna blasfemia. Lento de reflejos, una pena.  Dos siseos rompieron el silencio reinante  en el mismo instante que dos sanguinolentos boquetes desgarraban el pecho del joven, que se limitó a caer de la silla mientras exhalaba un último y burbujeante aliento. Mierda, ahora tendría que deshacerse del cuerpo. 

Se despidió de la aterrada señorita con otro gesto y arrastró el cadáver hacía una cercana exclusa bajo la desinteresada mirada del barman, acostumbrado a tales lances. Se permitió contemplar el paisaje mientras colocaba su carga en el depósito y pulsaba el botón de eyección. La hostia, la Tierra se veía tan jodidamente bella desde allí arriba. Tan azul, tan inocente al pecado de los hombres, tan ajena a la insidiosa naturaleza de las naciones. Esperaba vivir lo suficiente cómo para poder volver a pisar su Essex natal. Esperaba sinceramente que siguiera allí. 






jueves, 26 de abril de 2012

Donde dije mío, digo tuyo.


Hace unos días (puede que semanas, el tiempo es taaaaan laxo para un ser preternatural cómo yo...) me hallaba yo hablando de rol con un compañero de la vieja (no tanto) escuela cuando, entre los desvaríos varios, apareció un tema curioso que hoy os traigo a éste humilde blog. 

El tema no era otro que la percepción, no se si cierta, de que el rol se ha convertido en una especie de mueble Ikea (TM). Si, decir que uno es muuuuy friki porque juega a rol mola, marcar biceps mientras levantas los 4 manuales (de 700 páginas cada uno) sin los cuáles no podrías jugar a tu jdr favorito mola, pero eso si, mola mucho más si viene todo sobre raíles, con unas claras y concisas instrucciones. Todo muy estirado, vamos. 

Frases del estilo de: "no me gusta ésta regla, menuda chufa de juego" o "el sistema de experiencia es una jena, seguro que es una errata" debieran hacernos sangrar los ojos cuando las leamos, y más teniendo en cuenta que en ésta afición, quien más quien menos, se considera la hostia de ingenioso y despierto. ¿Donde quedan aquellos días en los que un buen Dj (seguro que los malos también lo hacían) compraba un juego he interpretaba y ejecutaba las reglas según le viniera en gana sin tener que asomarse al mundo a gritar lo malas o incompletas que eran éstas?

Parece ser que vivimos en la sociedad de lo rígido, del blanco y negro. Si algo no nos gusta, el título es una mierda y lo desechamos sin miramientos. Ya no hay lugar al "bueno, esto voy a usarlo, y esto no" o al "te digo que la iniciativa se calcula tirando un d10 y no me importa lo que diga el manual". No, vivimos agobiados, siempre sin tiempo. Queremos las cosas masticadas y digeridas, simples y agradables, que requieran el mínimo esfuerzo para ser disfrutadas, aunque ello convierta la experiencia en una tarde con sabor a juego pre pre fabricado. Somos taaaaan vagos que preferimos sacrificar dinamismo e interpretación en las partidas en pos de simpleza y escasez de requisitos. Así nos va, claro. 



En definitiva, que nos hemos vuelto muy cómodos. 

Durante la propia conversación surgió también una pregunta interesante sobre mi opinión (cómo autor) acerca de si me resultaba molesto que alguien comprara mi juego para a continuación alterarlo y moldearlo a su antojo. Mi respuesta fue simple: el juego deja de ser mío en el momento en que alguien lo adquiere y pasa a ser suyo. Expliquémonos. No es que ceda amablemente los derechos de explotación del libro a todo aquel que se gaste (en mi caso) 3´50, no, pero todo aquel que lo adquiere pasa a poseer en exclusiva el derecho a disfrutarlo (o no) cómo mejor le plazca. Puede quemarlo, enterrarlo, cambiar los aviones por elefantes voladores y las ametralladoras por dildos gigantes. El Dj de turno, en su inmensa sabiduría, puede incluso cambiar, ignorar, malinterpretar en su beneficio o (imagínate!!!) aplicar las reglas que he tenido a bien incluir. 



Que donde dije mio, digo tuyo, vamos. 

Señores, hagamos uso de la imaginación y aptitudes mentales (a falta de sociales) que nos caracterizan y volvamos a la vía de la sensatez. Esa senda en la que un juego de rol no deja de ser un juego y qué, por ende, podemos jugar cómo más nos plazca, de la misma forma que lo hacemos con cualquier otra forma de ocio. 

No seamos más papistas que el Papa, señores.